Muchas veces esto, la imagen, es lo que nos lleva a dirigirnos hacia una botella de vino o a pasarla literalmente por alto…
La etiqueta de un vino no lo es todo, ni mucho menos, pero en ocasiones se infravalora el poder de persuasión que puede tener, ya que además, cuidar lo visual no sólo tiene un fin de reclamo, sino que también habla mucho del cariño con que está hecho.
Cuando llegué al nuevo mundo, de esto hace tres años y pico, me fascinó el pasillo de hermosas y cuidadas etiquetas que lucían los vinos Argentinos. En general, cada una con su estilo, se presentaba con diseños muy atractivos y frescos.
Yo venía de la vieja Europa, de España en concreto, y estaba acostumbrada a pasear entre estantes aburridos, de colores apagados y diseños rancios, al menos para mí claro… Diseños que no habían sabido sostenerse como buenos con el paso del tiempo. Sin embargo, en estos años la sorpresa fue más que grata al regresar a España y darme una vueltita por entre los pasillos del vino.
La cosa ha cambiado, y en muy poco tiempo además, ya que ahora nos encontramos con imágenes más frescas, modernas e innovadoras. De repente ocurrió que a la par de las bodegas de siempre (muchas de las cuales aún conservan en sus etiquetas la clásica estética de bodega antigua), han surgido muchos nuevos proyectos que con el espíritu de las bodegas del nuevo mundo - y sobre todo en un momento en el que la botella, el diseño y presentación de un vino ya no es tan obviado - se han esforzado por cuidar todos y cada uno de los detalles.
Y es que, sin duda, la buena imagen es como un buen título, imprescindible.
Noemí, López
RUMBOVINO
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