Un blog de vinos por aficionados, para aficionados. Mas que un blog, nuestro cuaderno de notas.



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28 diciembre, 2019

200 Monges, la Navidad y un libro casi interminable.

No encontré mejor título para resumir esta entrada en el blog. Ha quedado bien, creo yo, al menos me lo parece. Un proyecto que llevo desarrollando casi 3 años, un vino que llevaba esperando un tiempo y una fiesta señalada, que desde hace bastante no me inspira demasiado, pero que este año fue especial (como ha sido en otras épocas de mi vida).

Desde la inmediatez del Instagram, solo me queda el blog para contar las cosas que me inspiran, historias que me motivan, siempre asociadas al vino, por supuesto. Y lo cierto es que, tras nuestro viaje a la Alsacia, Rumbovino esperaba nuevas líneas que soportar. Aquí va esta, es cortita, pero tiene substancia de sobra para ser contada.

En mayo del año 2017 comencé con un desafío personal, escribir un libro sobre mi especialidad. Desde hace algunos años, además de a la docencia, me dedico al diagnóstico citológico de enfermedades, pero de perros y gatos. No me pondré pesado con los detalles del libro -a nadie le deben importar demasiado en un blog de vinos- pero fue pasando el tiempo, fui escribiendo, y a fuerza de insistir y comprobar en propia piel lo que un libro conlleva (en horas, dinero, y sobre todo en trabajo intelectual), finalmente pude acabar el proyecto. La verdad es que pensé que estaba terminado hace 4 meses atrás, cuando fue la primera prueba de impresión.... el asunto es que llevo desde ese momento, casi a diario, corrigiendo errores, mejorando la redacción y arreglando detalles. ¡Llegué a pensar que nunca se acabaría!. Pero como ya lo dice Vox Dei en su mítica canción “todo concluye al fin...” el día 25 de diciembre de 2019 terminé la cruzada (con ayuda de varias personas. De ellas, Noemí es la más importante).

Esa noche, como no podía ser menos, tocaba festejar. Y el vino, obviamente, tampoco podía faltar. No me valía cualquier cosa (en estos eventos especiales la bebida debe estar ligada a algo especial, al menos así lo creo), pensé un rato y lo tuve claro. El 200 Monges Reserva tiene su historia, desde la FEVINO de Ferrol hace unos cuantos años que lo probamos en la mesa donde se encontraba la Vinícola Real. Nos sorprendió tanto por su calidad como vino, como por la calidez de Miguel Ángel Rodríguez, fundador y enólogo de la bodega, que nos lo sirvió y contó con detalles (si hasta nos invitó a visitarlos sin saber ni quiénes éramos nosotros). 


Un tinto icónico elaborado con uvas (Tempranillo 85%, Graciano 10% y Garnacha 5%) que nacen y crecen en viñedos antiguos de San Vicente de la Sonsierra (Rioja). Tiempo después nos compramos una botella (añada del 2010) que guardamos hasta que llegase el día de descorcharla, y llegó. 



No es la primera vez que un vino del que guardo un recuerdo maravilloso me defrauda luego del algunos años, pero este no fu el caso. No esperaba mejor compañía que un señor vino como este, para cerrar un día como este. ¿Qué les cuento del él? Solo un par de cosas (aquí toda la Info), deben descubrirlo ustedes porque vale cada céntimo que invierten en él (pura seda, fresco, maduro, integrado, complejo, largo, exquisito, pero en serio... y eso que los reserva de Rioja me suelen aburrir bastante). Un vino que vale mucho más de lo que cuesta, lo digo sin coacción ni interés de ningún tipo, esta es la ventaja de escribir un blog independiente.

El 25 de diciembre de 2019 no será una navidad más, el 200 Monges Reserva del 2010 no será un vino más, y el libro sobre citología veterinaria práctica que escribí quizá sea un libro más, pero para mí será especial, como este día y este vino.

¡Salutes y feliz 2020!

Rumbovino

Casi 10 años comunicando el vino, de forma independiente.

07 febrero, 2019

¿Al final, qué es un vino natural?

Parece que esta pregunta tan sencilla no tiene una respuesta tan clara. Y si la buscan en este escrito ya les aviso que no las hay. Al contrario, les crearé más dudas.

Hasta no hace más que un par de días atrás —tras mantener un mini debate muy enriquecedor con un amigo que me asaltó con su pregunta sobre qué era para mí un vino natural, al no estar de acuerdo con una calificación que usé para un vino que publiqué en Instagram—  lo que lo definía un vino natural eran premisas como que por ejemplo las uvas que lo gestan se cultivasen sobre suelos y viñedos orgánicos no tratados con ningún tipo de producto químico, que hayan fermentado únicamente con las propias levaduras que aportan sus hollejos y escobajos, que durante la elaboración no se intervenga (sin correcciones ni agregados de ninguna naturaleza, lógicamente sulfitos tampoco) y que tras su crianza, si la tiene y donde crea el viticultor que debe hacerla, se embotelle sin clarificar ni filtrar. Todos los vinos que cumplían esos requisitos yo los consideraba “naturales”, pero claro, tras el debate me surgieron algunos matices y controversias que motivaron estas líneas.

Para empezar, y sin entrar en cuestionamientos sobre si todos los que dicen que elaboran los vinos de esa forma dicen la verdad, me pregunto ¿Qué pasa con aquellos que tienen alguna pequeña intervención como corrección de acidez, o a los que se les agrega una dosis de sulfitos al embotellar o que se deciden filtrar porque están demasiado turbios? ¿Ya no son naturales y son otra cosa? ¿Qué son? ¿O nunca fueron naturales y yo estoy equivocado? 

¿Natural o no? ¿Qué es natural?

Parece ser, según una de las vertientes de la DENOMINACIÓN NATURAL, que además para que un vino sea considerado como tal, el viticultor debe cultivar su propia uva (no vale comprarla a alguien que cultive bajo el concepto de orgánico o biológico) y, parece ser también, que hasta la cantidad de viñedo podría ser una limitante en esta consideración de naturalidad porque si hay mucha extensión puede que la cosa se complique. Hay otros que directamente consideran que la vid debe crecer libremente y equilibrarse con el entorno y el único trabajo que se debe hacer es la poda invernal. Ni cortar hierba, ni quitar racimos, ni podar en verde, ni aplicar nada de nada.

Para seguir liando el asunto, según me han contado, y puedo comprobar prestando un poquito de atención, detrás de este nombre con tanta intención y a su vez tan “vendedor” como es el término NATURAL, hay vertientes que van en sentido contrario o al menos en paralelo. Los de un lado dicen que hacen vino natural y los del lado opuesto dicen que los que hacen vino natural son ellos y no los otros. ¿Es que hay naturales, menos naturales y más o menos naturales? Por ejemplo, en Barcelona dentro de unos días van a coincidir dos ferias de vinos naturales en la misma fecha y con diferentes participantes. ¿Hay una real y otra impostora? Quizá las dos son reales con la diferencia de que cada uno llama natural a lo que le parece que es natural, como hago yo.

A mí este tema me traería menos preocupado de no ser que las personas que intentamos comprar vinos “sanos” (cambio el término para no aburrir), porque nos gusta su sabor o porque queremos beber más saludablemente, nos estamos empezando a volver un poco locos con este asunto de no saber qué cosa es qué cosa. Y en eso colaboran tanto los elaboradores (hay mucho aprovechado, todo sea dicho) como muchos vendedores, principalmente vía web, que catalogan los vinos en sus páginas con el único objetivo de que el cliente los compre, y si el término vende, pa´lante nomás.

El otro día me dijeron que hay algunos elaboradores de vino natural (viticultores contrastados durante muchos años de trabajo y muy reconocidos. Ningunos improvisados, ¡vamos!) que no quieren escuchar ni hablar de ese término, porque está tan manipulado que prefieren que sus vinos hablen solos y no por calificaciones personales ni de terceros. Creo que es honesto y justo de su parte, pero a mí no me aclara el concepto ni me facilita la comprensión.

Como consumidor, antes que como comunicador aficionado, me gustaría saber lo que compro cada vez que compro. Un poco de claridad en este asunto no le haría mal a nadie, creo que nos lo merecemos ¿No creen? No pido legislaciones, no me importan en absoluto las etiquetas, pido información para el consumidor. Al final somos los que pagamos los vinos que ustedes elaboran, o venden, digo.

Luego de esta especie de catarsis necesaria para quitar broncas internas, dejo la consulta abierta para que alguien o algunos, los que quieran y puedan, colaboren con los que necesitamos un poco de luz en esta sombra cada días más oscura. 

Por lo pronto el término “natural” saldrá de mi vocabulario enofílico durante un tiempo. Verán que Rumbovino ahora es “más natural”, así que mientras tanto me pensaré por qué palabra sustituirlo. En fin.

Gracias y saludables vinos!

Rumbovino

Desde 2010 comunicando libremente sobre la cultura del vino

29 abril, 2018

El adiós a Las Delicias con El Carro

“Todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina…” rezaba la mítica canción Presente, de Vox Dei allá por la década del 70 . Ni mejor ni peor, es así…todo termina.

En lo personal creo que los finales más tarde o más temprano terminan siempre dejando un sabor amargo, que no tiene que ver con que ese final haya sido malo o bueno, o triste o alegre. Es más profundo que eso, es saber que eso ya no volverá a estar o no volverá a suceder, es esa especie de resaca que te queda luego del subidón de adrenalina que te inunda el cuerpo al pasarlo muy bien –o muy mal-. Siempre, lo que sigue luego de eso es un dejo melancólico o nostálgico que solo el tiempo se encarga de templar.

Algo así he sentido hace un par de sábados atrás, cuando luego de 5 años mi amigo Rafa ha cerrado su local de vinos -templo del vino diría yo- “Las delicias del 69” en la Plaza de Abastos de Lugo. 

Desde el día que lo conocí, casi de casualidad paseando por allí una mañana de sábado del año 2013 (yo aún vivía en Argentina en aquella época), consideré su tienda como el mejor comercio de vinos de Lugo. Rafa tenía claro lo que quería vender y cómo venderlo. En las delicias encontrabas los vinos que nadie tenía, siempre apostó por los pequeños y medianos productores, por bodegas y viticultores poco conocidos, por aquellos que respetan el terruño y por poner precios democráticos a los bolsillos de los interesados. Siempre me llamó la atención su predisposición a educar a los clientes más que a venderles. Podrías llegar pidiendo el vino más caro de la tienda que él te terminaba vendiendo el más barato, porque primero había otras cosas que probar y mucho que aprender antes de disfrutar del de mayor coste. Eso claramente es inculcar la cultura del vino. Qué extraño, no? En un mundo movilizado por el consumismo y la venta fácil y rápida, este tipo tenía la costumbre de ir al revés de lo que está mandado y antes de vender quería enseñar! Cosas de los grandes… 

Y no cometan el error de pesar que cerró porque le iba mal con su filosofía de venta. Cerró porque a veces en la vida debemos tomar decisiones, y las decisiones suelen implicar que dejemos aquello que más queremos. Fue mi visita “casi obligada” de todos los sábados por la mañana durante todos estos años que llevo en Lugo, con él aprendí muchísimo de los vinos españoles, y franceses y portugueses, y aprendí de la vida en general porque más de una copa de vino hemos compartido, y ustedes saben tanto como yo que acompañando a buen vino no hay nada mejor que una buena charla, te lleve la misma por donde te lleve… En las Delicias conocí los vinos de muchos pequeños grandes, la lista sería interminable si comienzo a enumerarlos. Me acuerdo como si fuese hoy del primero que me vendió, LA MULTA 2013 del Escocés Volante (una tremenda garnacha joven, sellada con tapa a rosca por la magra suma de 5 €). Si no es a día de hoy el vino con mejor RPC he tomado en mi vida, le pasa muy cerca. Y así pasaron los años… entre charlas y copas vacías.

Mientras nos estábamos yendo, entre que cerraba el ordenador y acomodaba unas cosas para decir adiós definitivamente, yo pensaba qué vino pedirle para escribir esta nota. Tenía que sería algo especial como casi todo lo que Rafa ofrecía… Un par de ventas de último minuto retrasaron la partida y me despejaron la mente… EL CARRO 2013, de Rafa Bernabé iba a ser! 

No tuve mejor despedida que esta auténtica joya, que aún se mantiene viva, fresca, filosa, compleja, exquisita y radical como la primera vez que la probé! 



Nos seguiremos viendo, seguiremos charlando, será sobre otra barra y quizá otro día…Quizá el tiempo se encargue de nublar un poco este recuerdo, pero para que no desaparezca estarán los vinos que he aprendido a beber contigo, Rafa. Hasta pronto amigo!

Buena vida y buenos y naturales vinos!

Salutes, Rumbovino.

22 enero, 2018

Nuevo año, mismo Rumbo

Luego de algunos meses de ausencia del blog que me sirvieron para reflexionar y mirarlo desde otra perspectiva, y antes de adentrarme en un 2018 en el que intentaré escribir un poco más y un poco mejor, me pareció interesante retomarlo profundizando sobre algunas cuestiones fundamentales que cualquier bloguero de vinos debería plantearse. Por qué escribo de vinos, qué vinos publico y con qué objetivos lo hago. Considero que tener claros estos conceptos es imprescindible para sostener a pulmón un espacio como este en tiempos donde justamente es tiempo –para escribir– lo que falta y ofertas –de lectura– las que sobran.

Con respecto al primer interrogante no voy a extenderme en demasía porque el asunto es simple. Escribo el blog porque me gusta hacerlo. Los objetivos son igualmente sencillos, quiero que cualquier persona (profesional o aficionado) pueda encontrar un espacio donde se escribe sobre vinos sin más intención que la comunicación. No acepto muestras a cambio de notas y todo lo que publico lo pago con dinero de mi bolsillo (con excepción de algún que otro regalo). Finalmente el tema álgido está en la pregunta sobre ¿qué vinos publico?, y sobre esto, sí que voy a sentar postura.

Luego de casi 8 años de escribir el blog con la intensión de comunicar los vinos que me gustan desde un lugar minúsculo pero independiente, he llegado a la conclusión de que he cambiado y que mis gustos han cambiado hasta alcanzar un punto sin posibilidad alguna de retorno. Ya sé que esto que estoy diciendo no es ninguna revelación ni nada que se le parezca, es más vale una obviedad porque todos cambiamos nuestros gustos y costumbres con el tiempo; pero el fondo del asunto es el final de lo que escribo, donde digo que “he llegado a un punto sin retorno” como los aviones cuando antes de despegar llegan a una velocidad donde ya no pueden detenerse y solo les queda levantar vuelo. Algo así, pero con el gusto del vino. Hay cosas a las que no quiero volver y de las que no quiero volver a escribir!

Para explicarme mejor y ser más gráfico, transcribo parte de una de las entradas que publicaba en los inicios de Rumbovino. Eran los vinos que me “chiflaban” en aquel momento (de los que NO me arrepiento, eso que quede claro) y los que se llevaban los puntos y las alabanzas de todos los sabios de las revistas especializadas…

“Este tinto de 15,5 % vol. es potencia, potencia y potencia pura!! …. Impactante tanto en color como en estructura, robusto, denso, viscoso y gran presencia…. De aromas y sabores algo apagados, les cuesta soltarse al principio pero con algo de aire sus exquisitas notas de madera y fruta madura inundan la copa… Es de esos vinos que cumplen perfectamente con los cánones de los vinos modernos, aunque aún le resta equilibrarse un poco, redondear sus taninos….. No obstante a mí estos vinos me chiflan y ni hablar si se acompaña de….” Rumbovino, febrero de 2011.

Estoy seguro que sin haber disfrutado esos vinos no hubiese llegado a esta evolución, lógica creo yo, que hacemos todos los que llevamos andados unos cuantos kilómetros en este mundo vinícola. Los vinos que publico actualmente y seguiré publicando en mi blog ya nada tienen que ver con los de antes, ya lo habrán notado los que me leen con cierta frecuencia, porque me declaré en rebeldía comunicacional contra esos productos barnizados y sin alma que no reconocían terruños ni varietales.

Mis vinos más o menos frescos, de poco o mucho grado, elegantes o robustos, tintos o blancos, tranquilos o con burbujas son y serán de la tierra, tendrán algo que decir y lo dirán claramente más allá de lo que opinen los que puntúan (ahora parece que han cambiado los gustos) y los que dictan las normas. Mis vinos serán más La Perdida y menos Michell Rolland. Serán más barro que madera, más viticultor y menos industria, pero sobre todo más verdad que mentira (abstenerse los que usan gratuitamente el texto de ecológico o natural para ofrecer lo mismo de siempre a cambio de más dinero). 

Esta es la respuesta a la pregunta sobre ¿qué vino publico en mi blog?

Seguiré entonces, transitando el camino de este blog a mayor o menor velocidad pero siempre hablando de vinos que me hablan de algo distinto. 







Buena vida y buenos vinos,

Salutes, Rumbovino.

7 años difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo moderado y responsable.

21 agosto, 2017

El Valle del Loira. #MiPrimeraVez con el vino. Diez años después

El Valle del Loira es sin dudas uno de los más hermosos de toda Francia. Salpicado de majestuosos palacios renacentistas y castillos medievales a lo largo de toda la ribera del río, este lugar es una auténtica maravilla para conocer y disfrutar. Uno podría pasearse un mes entero de un lado a otro recorriendo cada rincón sin cansarse, siempre acompañado de la florida campiña francesa y de los encantadores pueblos que atraviesa cualquiera de los caminos que escoja para uno para moverse. Andar estos lugares les aseguro que es un placer.

Pero el Valle del río Loira además de paisaje y palacios es vino en estado puro. Y de esto quiero escribir hoy.

Es una región que actualmente ostenta mucho menos nombre y glamour que Burdeos o Borgoña, pero que produce vinos de calidad desde la Alta Edad Media y en su momento fueron de los más famosos de todo Francia e incluso de Inglaterra. Esta zona está localizada más al norte de Burdeos, se extiende a los márgenes del río Loira desde el Atlántico junto a la ciudad de Nantes, hacia Orleans, y desde aquí hacia el sudeste, hasta los límites de Borgoña, al norte con Chablis y al sur con Beaujolais y el principio del Ródano norte. Debido a su extensión el clima es bastante cambiante, aunque en general es menos calurosa, algo más húmeda y con suelos diversos que van desde calcáreos (nunca vi tanto suelo calizo junto) hasta arcilla, arena, grava, sílex o esquistos. Por clima y terruño se caracteriza por producir vinos frescos y elegantes, aunque el cambio climático también ha mutado esta región y el perfil de a poco va cambiando. 


En elaboración de vinos blancos, su principal producción, sorprende con la uva Chenin Blanc (bastante escasa en casi todo el mundo) y la Sauvignon blanc. No obstante en tintos hay una cepa que es la reina indiscutible, la Cabernet Franc. Está presente en casi el 100% de los vinos que se elaboran en esta región. Fundamentalmente se produce en los alrededores de Chinon y Saumur.


¿Tiene que ver esto que les cuento con la propuesta de AWB? Sí y mucho. Haciendo repaso de mi vida ligada al mundo del vino no tuve ninguna duda a la hora de seleccionar sobre qué iba a escribir porque fue ahí, en el Valle de Loira, donde me uní a esta bebida definitivamente. Este lugar plantó la semilla de lo que luego fue Rumbovino. Sin dudas fue #MiPrimeraVez con el vino.

Hace exactamente diez años cuando visitamos el Valle del Loira por primera y única vez hasta hoy. Recuerdo que con un magrísimo presupuesto nos pasamos 9 días recorriendo castillos y el único “lujo” que nos dábamos era el descorchar un vino diferente cada noche para acompañar quesos, salames y sardinas que era la cena estándar de todos los días. Fue un viaje definitivo…..Desde que nos fuimos en mayo del 2007 quise volver. Nos quedaron muchas cosas pendientes, como en cada viaje que hacemos. Dicen que en los lugares que te gustan mucho nunca debes visitarlos completos, ya que hay que dejarse una excusa para poder volver. Y así fue. Volvimos tras 10 años. Ya no somos los mismos, pero fue como aquella primera vez. Fueron tan solo dos días de regreso de la Bretaña, pero igualmente intensos y emocionantes. 




Hicimos campamento base en Angers, hermosa ciudad llena de vida, con fantástico Château que no se deben perder. Con un calor criminal (muy raro en esta región donde brilla el sol pero el calor nunca sofoca) anduvimos los dos días sin parar. Con el objetivo de no prolongar la agonía de los lectores solo voy a contarles las visitas a las bodegas excavadas en la montaña. Uno de los atractivos ligados al vino más interesantes que les recomiendo en esta región y que nos quedó pendiente aquella vez.

El segundo día aprovechando la frescura de la mañana, salimos tempranito del hotel y tomamos la carretera D-952 bordeando el río Loira hasta Saumur (un trayecto magnífico para hacer con calma disfrutando cada kilómetro). Dimos un paseo por este pintoresco pueblo con un hermoso Castillo y desde allí seguimos camino a Chinon. Si bien todos los pueblos del Valle del Loira viven de la cultura del vino, es en este camino en concreto (desde Saumur a Chinon) donde quizá se encuentra la mayor cantidad de bodegas excavadas en la roca caliza. Solo es cuestión de elegir dónde uno quiere parar. Todas están abiertas al público. Ninguna cobra la visita y la cata siempre es gratuita. Si el vino te gusta puedes comprar y si no, simplemente puedes visitar las cuevas y seguir tu ruta sin problemas. Es así, los viticultores viven de vender su vino, no de las palabras de un guía o de las obras faraónicas diseñadas por un arquitecto de renombre.

Visitamos dos bodegas troglodíticas (se publicitan así). Muy distintas una de otra. La primera Domaine Filliareau 
localizada en la zona tintorera por excelencia de Saumur-Champgny era un auténtico palacio excavado en la roca caliza. Actualmente ya no elaboran su vino allí. Solo quedan recuerdos de lo que fue, pero hay que verlo porque vale la pena. La sala de ventas estaba al lado. Allí catamos varios vinos, uno mejor que otro (¿el lugar ayuda a vender? Puede ser. Pero los vinos estaban soberbios. Frutas, hierbas, frescura y mineralidad para regalar).

La segunda que visitamos estaba ubicada a solo 1 km de Chinon, Cave Monplaisir, nos dejó boquiabiertos. Hace más de 100 años que se elabora el vino en ese lugar. Antiguamente fue una cantera de donde sacaban la piedra caliza para la construcción de casas y palacios. Fuera hacía 35 grados. Dentro, solo 12. Al igual que antes, la visita fue gratuita. Nos indicaron por donde debíamos entrar y de allí a la aventura. Nos metimos en las entrañas de la montaña… en las cuevas que se extendían de un lado a otro como un laberinto lo primero que nos encontramos fueron vinos antiguos en estiba, botellas repletas de mohos que apenas dejaban ver el vidrio y que algunos de ellos llevaban descansando unos 40 años. Más adentro (o afuera, no lo sé, uno se pierde ahí dentro) llegamos a la sala de barricas. Inmensa, barricas viejas llenas de moho y otras más nuevas con menos moho y que aún dejaban ver el año de la cosecha que llevaban dentro (2014, 2015, 2016). Todos tintos. Todos Cabernet Franc, algunos nacidos de los viñedos que teníamos sobre nuestras cabezas en la zona alta de la colina y otros procedentes de viñas más bajas, pegadas al río sobre suelos de grava y arcilla. 



Al salir nos esperaba el dueño para hacer la cata. Un auténtico vigneron. No recuerdo el nombre la verdad, pero hablaba bastante bien el español así que además nos contó de cada uno de los vinos que degustamos (creo que fueron 6 o 7, todos con la impronta inconfundible y exquisita del Cabernte Franc del Valle del Loira). Habló de las fincas, del terruño, de la elaboración, la estiba…todo lo que se me ocurrió preguntar y pudo contestar. Un lujo, vamos.

Llegó la hora de irnos, aún nos quedaba el Chateau de Brézé 
por visitar(no se pierdan sus subterráneos) y luego desandar el camino a Angers. 

Esta vez, al igual que hacía 10 años, nos fuimos para volver. No sabemos cuándo, pero seguramente les contaré dentro de algún tiempo nuevamente #MiPrimeraVez en el Valle del Loira. 

Buena vida y buenos vinos,

Salutes. Rumbovino.

7 años difundiendo la cultura del vino

31 julio, 2017

Saint-Emilion, vino y mucho más...

Está claro que los todos los viticultores, enólogos y demás actores que forman parte del vino del nuevo mundo crecimos mirando al viejo mundo. Intentamos diferenciarnos con monovarietales, propuestas transgresoras y fantásticos terruños, pero desde el principio importamos sus cepajes autóctonos y seguimos sus pasos mirando a través del “charco”, siempre pendientes de lo que hacían y siempre dispuestos a aprender de los que más sabían del tema. Ellos saben por viejos, por sabios, no por otra cosa. Llevan haciendo vinos desde que nosotros andábamos en taparrabos, para qué negarlo. Y si de todo el viejo mundo hay que destacar un nombre o un lugar, estamos de acuerdo que son los viticultores y vinos franceses donde hay que dirigir la mirada. 




En lo personal, aprendí de vinos (si es que algo aprendí) leyendo y escuchando hablar de los famosos coupages de Merlot y Cabernet Sauvignon de Burdeos, los Pinots Noir de la Borgoña, los Chardonnay de Chablis, Syrah del Ródano y de los dulzores alsacianos. Así que desde que entré a este mundillo vinícola tuve ganas de conocer estos legendarios caldos y míticos terruños. Verlos, andarlos, olerlos, beberlos. Sin dudas era mi sueño y el de muchos otros.

Por esas cosas del destino y las decisiones que uno toma en un momento de su vida, hace 3 años vine a vivir a España y, desde aquí, estuve un poquito más cerca de Francia. Luego la rutina y el trabajo pusieron tierra y tiempo de por medio a este sueño hasta que finalmente, de regreso a Galicia de unas vacaciones, casi sin querer queriendo como diría el maravilloso Chespirito, pasamos un día en Saint-Emilion la meca de los vinos bordeleses…

En este pequeño pero hermosísimo y absolutamente recomendable pueblo medieval Francés se huele vino, se respira vino y se vive el vino como en ningún otro lugar que haya podido conocer hasta ahora. Aunque todo hay que decirlo, Saint-Emilion no solos es vino. Posado en un alto de piedra calcárea antiguamente lecho marino, sus construcciones y senderos son de pura caliza, dotándolo de un aspecto pulcro y reluciente a pesar de su edad. No hay que buscar mucho en las paredes de ladrillos calcáreos para encontrarse restos de conchas y caracoles formando parte de su estructura. No pueden dejar de visitar su Iglesia Monolítica (construida en una sola pieza sobre la roca escavada), las catacumbas subterráneas, la cueva donde estuvo y descansan los restos del Monje Emilion y la capilla medieval. Pidan las llaves del campanario, admiren las vistas y piérdanse entre sus callejuelas observando cada rincón. 



El pueblo está rodeado de cientos de pequeñas fincas de unas pocas hectáreas apoyadas sobre tierra casi blanca que hace que su vista desde abajo o desde arriba sea un verdadero espectáculo. En los alrededores de Saint Emilion hay más de 800 productores de vino regitrados. Se ven Chateaus a diestra y siniestra – todos o casi todos visitables para el turismo- y sus calles empinadas están abarrotadas de vinotecas ofreciendo cuanto vino uno sea capaz de asimilar. En la zona baja del pueblo, al igual que en antiguas épocas, encontramos vinos para todos los gustos. Pero en la parte alta, donde vivían los nobles separados de los plebeyos por una cadena que atravesaba la calle sobre un gran arco de piedra que decía hasta acá pueden llegar, uno puede encontrar vinotecas increíbles y todos los vinos de culto que imagina que existen o ha escuchado alguna vez. Un verdadero espectáculo para los amantes del vino. Hay que ir con dinero, eso sí. Quieres un Petrus, Latour, Margaux? Qué cosecha? Allí los tienes.

Estando por fin ahí, con un calor que quemaba todo lo que se cruzaba y con la sapiencia de que quizá durante un tiempo que uno nunca sabe cuánto será no podrá volver a verse en otra oportunidad igual, nos fuimos a visitar una Bodega. La elección fue conocer una cuyos vinos estén clasificados como Grand Cru Classé y además que realicen la visita en Español. Chateau Laniote cumplía ambas condiciones. Reservamos previamente y nos fuimos.


No voy a describir la visita, no tiene sentido contarla, hay que vivirla y tampoco pasará a la historia como la mejor de mi vida. Sin embargo me quedé con algunos datos tanto de la bodega como de la denominación que me resultaron muy interesantes y quiero transmitir.

Detalle de una piedra cualquiera
Poseen una finca de 5 hectáreas. Cada hectárea cuesta dos millones de euros. No hay ninguna posibilidad de comprar un centímetro de tierra por ningún lado. Solo se puede vender a quien pueda pagarla. Es casi imposible heredar a los hijos para que la cultiven porque los impuestos que tiene que pagar los herederos los endeudaría para el resto de sus días. 

Este Chateau produce vino desde 1821. La etiqueta de su vino es la misma desde hace más de 50 años. Solo se elabora un tinto con 80% Merlot y 20% Cabernet Sauvignon. Los precios de sus vinos dependen de la calidad del año. La peor de los últimos años, la del 2013 (27 euros la botella). Durante todo el proceso de vinificación el vino no se corrige en absoluto. Se embotella el año, con todo lo bueno y lo malo que pudo tener. La crianza siempre es de 12 meses en barrica francesa (obvio) nueva y de 2º uso. El 50% de las barricas se cambian cada año. Las últimas añadas dieron caldos de 15% Vol de alcohol. En los últimos 10 o 15 años subió el grado alcohólico en casi 3%. Probamos un 2012 (año calificado como bueno) y era una bomba atómica, con todo integrado pero con muchos años de vida para crecer. Estaba muuuy bueno! Todos los vinos que probamos en esta zona, y en general de Burdeos, son parecidos. Minerales, poderosos y con mucho futuro por delante. Solo utilizan levaduras indígenas. No agregan ni quitan nada, solo hacen selección de grano previo a la fermentación. No usan raspón y cada 10 años pasan una cata a ciegas todos los vinos clasificados como Grand Cru Classé para mantener la calificación. Si tu vino no vale, afuera. El vino es la tierra que sostiene la viña y gesta la uva.

Cerramos el día comiendo a la tardecita una súper hamburguesa (gourmet, eso sí) y un par de birras fresquitas en una terraza fantástica frente a la iglesia monolítica de Saint-Emilion con casi 30º de temperatura y una sonrisa en los labios. Que nos quiten lo bailado.

Un sueño cumplido y un lugar inigualable para vivir y sentir el vino. Nos lo pasamos como niños.

Buena vida y buenos vinos,

Salutes, Rumbovino.

7 años difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo moderado y responsable.

19 junio, 2017

¿Para beber, Lugo?

Para comer Lugo. Eso se reza el dicho popular. ¿Pero, para beber Lugo? Quizá para beber cañas, porque para beber vinos no estoy tan seguro.

Desde hace un tiempo ya no salgo de vinos por el centro de Lugo con la frecuencia en que lo hacía antes. Un poco porque ya estoy algo antiguo y llevo mucha noche en la espalda, pero quizá lo más importante es porque para un bebedor de vinos como yo, el tener que patearse diez bares para poder conseguir que me sirvan un vino que se beba y no den ganas de dejarlo en la copa termina cansando. Me terminaron aburriendo los típicos Riojas y Riberas de siempre. Casi nadie innovaba en las ofertas ni en las opciones. Siempre era lo mismo y si alguien pedía un vino un poquito “especial” si es que lograba conseguirlo en algún lado, el precio que cobraban por la copa hacía que no te lo vuelvas a plantear nuevamente.

Para finalizar la introducción, y ya que estoy con el teclado caliente, mención aparte merecían los camareros. Y vaya por delante que creo que no es culpa de los ellos sino de los dueños de los bares a los que no les interesa que sus empleados sean profesionales o se formen en la materia lo más mínimo. Prefieren pagar poco y servir mal.

Los camareros, al momento de las recomendaciones la mayoría de ellos ni siquiera sabía qué diferencia había entre un tinto y un blanco más allá del color que ostenta cada uno. Mencía era sinónimo de Ribeira Sacra, Valdeorras, Monterrei y Bierzo. Hubo hasta quien ofrecía Godello tinto, y no se te fuese a ocurrir preguntar qué era un Tempranillo porque la respuesta era un vino elaborado con uvas que se cosechaban temprano. Tal como lo estoy diciendo…

Muralla Romana... Tomada de la web

…Lo cierto es que durante este último tiempo las cosas han cambiado por el centro de Lugo. La zona vieja está cada día más bonita –aunque quedan muchas cosas por mejorar aún- y da gusto sentarse en cualquier terracita a disfrutar de nuestra hermosa ciudad. Los bares se han renovado, las fachadas se arreglaron, florecen nuevas opciones y el ambiente que se respira es fantástico. Pero tras este necesario maquillaje esbozado sobre la superficie, creo que en el fondo las cosas no han cambiado demasiado. Llevo unas cuantas noches saliendo con la intención de comprobar lo que estaba pensando. Y aunque esto que voy a contar no es algo general, mi experiencia y mis amigos me dicen que pasa en una gran mayoría (salvo algunas excepciones).

Relato de una noche de vinos cualquiera por la “nueva zona vieja” de Lugo.

Comenzamos con blancos. Pedimos Godello (cepa que me encanta y que cada día me deja más claro que al reinado de la Albariño le quedan los días contados). Nos dejamos asesorar por los camareros. “Ponnos un Godello de la marca y DO que nos recomiendes”- fue nuestro pedido. Llegaron a nuestra mesa unas etiquetas que jamás habíamos visto. Ni sabíamos que existían (y en lo personal no soy de las personas poco informadas en estos temas). Junto con el vino llegaron los pinchos de tortilla (o algo similar) y las tapas, normales tanto de calidad como de originalidad. Al pedir la cuenta nos soplaron 4,80€ por dos copas. ¿La friolera de 2,40€ cada 90 mililitros de un Godello marca blanca? Pagué como cualquier hijo de vecino y me fui silbando bajito.

Decidimos pasarnos a los tintos en busca de mejor fortuna. “Ponnos un Mencía, pero de Valdeorras” (me apetecía un Mencía de allí). “De Valdeorras no tengo. Tengo de Ribeira Sacra, Monterrei y de Amandi”. Mal seguimos, pensé para mis adentros.

Pedimos Ribeira Sacra (quienes me leen, y conocen, saben que soy un enamorado de sus vinos). Esta vez las etiquetas que llegaron a la mesa nos sonaron a cromos repetidos. Los de siempre, como siempre. Nada nuevo. Vinos de etiquetas históricas de 7 u 8€ de venta al público. Mismo estilo de tapa y pincho. La sorpresa que esperaba en la oferta vinícola que debería acompañar a los nuevos locales me la llevé en el precio. 5 eurazos! Sí sí, 5 eurazos o euritos. Aquí fueron a 2,5€ los 90 mililitros de un vino que al bar le cuesta unos 5€ por botella (o menos).

Me pregunto qué me hubiese costado pedir una copa de alguna etiqueta un poquito diferente. La verdad es que no podría averiguarlo aunque quisiera porque no hay ni un solo bar que la pueda ofrecer.

Mis conclusiones son sencillas. 

1- Continuamos, salvo excepciones, con una oferta de etiquetas de vinos poco originales y además carísimas (subió el precio, pero no la calidad, ni originalidad, de lo ofrecido). No me preocupa pagar ese dinero o más por un vino. Me preocupa pagarlos cuando no lo vale.

2- En Lugo siempre nos caracterizamos por las tapas y pinchos que se ofrecían. Si no eran buenas eran abundantísimas. Actualmente ya no son tan abundantes y salvo excepciones son normales y punto. Para un visitante de fuera están bien, pero para los de aquí son repetitivas y aburridas (y conste que no tengo nada contra la tortilla, las patatas ali oli, las bravas, la ensaladilla ni la ensalada de pastas, por mencionar los clásicos incombustibles).

3- Seguimos con camareros que aun siendo más o menos amables, no saben absolutamente nada de vinos y son incapaces de asesorar a alguien que vaya con intención de conocer un poco más de cerca los maravillosos caldos gallegos. Parece que con un Rioja o Ribera va que chuta. Insisto que no es problema de los camareros. Es problema de los dueños. Una pena.

Arde Lucus, una fiesta imperdible


No voy a nombrar los locales por los que anduvimos porque no viene al caso, pero han sido varios. Tampoco voy a mencionar las excepciones porque no sería justo con los que no visité. Esto es una experiencia personal y parcial (obviamente no puedo visitar todos los bares de Lugo. No me alcanzaría la vida para hacerlo). Pero esta nota intenta ser constructiva. No persigue buscar culpables sino todo lo contrario. Me gustaría que sirva para reflexionar un poco sobre lo que se está ofreciendo a los visitantes, propios y foráneos, de una ciudad como Lugo, con nombre, historia, belleza y una localización estratégica entre las principales DO de Galicia. Creo que se debería cuidar un poquito más al que viene y a los que estamos siempre. Es necesario dar un salto de calidad y profesionalidad (no en los precios, eso ya está) porque a mi modo de verlo, de esa forma la cosa va mal.

Por mi parte, desde ahora, cuando salga de bares pasaré a la cerveza. Al menos, aunque no mucho, me lo agradecerá el bolsillo.

Rumbovino,

Casi 7 años difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo moderado y responsable.

17 abril, 2017

VALLE DEL DOURO, un viaje extraordinario

Volver a las raíces del blog es en cierta forma volver a nacer. Retomar los comienzos de cuando pateábamos paisajes de viñedos y bodegas allá donde estuviesen, para luego contar nuestra experiencia. Esos fueron los primeros pasos de Rumbovino. Hoy volvemos a hacerlo.

Para ello cumplimos con una materia pendiente que teníamos de hace mucho tiempo. Organizamos un viaje por VALLE DEL ALTO DOURO en Portugal, un paraíso para los amantes del vino, que creo que debería ser de visita obligatoria para todos los que amamos y disfrutamos de esta bebida milenaria.

Ni Borgoña, Burdeos, Rioja o el Ródano. El Alto Douro Viñateiro, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en el año 2001, te deja sin aliento desde el preciso instante en que tus pupilas toman contacto visual con ese impresionante monumento cultural creado por la mano del hombre a lo largo de dos mil años, sobre las laderas de las sierras que acompañan al río Duero en su paso por el nordeste de Portugal de camino hacia el mar.

Allí nos fuimos a retomar nuestros comienzos.

Organizamos la ruta, enviamos correos a unas cuantas bodegas y viticultores, concertamos algunas visitas e hicimos base en Vila Real, desde donde nos movimos a diferentes destinos durante los 4 días que pasamos en la región haciendo turismo y enoturismo.

En esta primera nota quiero dejarles solo unas pinceladas del viaje a una de las regiones vitivinícolas más antiguas del mundo. Pero considero que debo empezar por el principio así que a mi forma les contaré sobre el origen y el porqué de los viñedos del Alto Douro.

Como sucede con muchas de las cosas relacionadas con el mundo del vino y el cultivo de la vid, hay que dar gracias a los romanos. Es que de no ser por los ellos, que obligaban a beber 2 litros de vino diario a los esclavos y 4 litros a los soldados - más 3 litros antes de la batalla- seguro que no hubiesen tenido que buscarse la vida para producir tanto vino allá donde llegaran y hoy no podríamos disfrutar de este verdadero espectáculo creado a través de la construcción de miles y miles de hectáreas sostenidas en socalcos (muros de piedra) sobre las laderas del Alto Duero, transformando una tierra estéril en rica y productiva. Los lagares más antiguos encontrados en la zona datan del siglo I DC.

Cuenta le leyenda que Julio Cesar no bebía vino tinto porque no quería ensuciarse la barba. Aunque en realidad se sabe que no se la ensuciaba porque los romanos solo sabían elaborar vino blanco. O eso se dice al menos. Quién sabe. Siempre hay más de una verdad detrás de cada historia.

Les dejamos unas fotos de lo que vivimos y en breves les contamos lo que visitamos, vimos y bebimos. 

Socalcos típicos del Alto Douro


Barcas de paseo por el Duero. Salidas desde Pinhao. Recomendable y a buen precio.


Vista del santuario de Lámego. El pueblo con más monumentos por metro cuadro. Visita indispensable. 


Camino por la N108 desde Mesao Frio a Peso da Régua





























Amarante, visita indispensable en la zona. hermoso pueblo junto al río Támega






16 febrero, 2017

Mencía, #QueSeCepa

Bancales sobre el río Sil. Mencía
Ya ven, la nueva movida de Argentina Wine Bloggers (AWB) se llama #QueSeCepa. El asunto funciona así. Cada uno de los blogs que formamos parte de AWB seleccionó una variedad de uva diferente, tinta o blanca según gustos, y a su manera y con su estilo redactó una nota sobre ella. Durante todo este tiempo se irá publicando cada cepa, siguiendo un calendario prestablecido. Me parece una muy buena manera de dar a conocer la enorme paleta varietal de la vitis vinífera a lo largo y ancho del mapa vitivinícola mundial y, además, de fomentar la diversidad de opciones que tenemos a la hora de elegir un vino. “No solo de Malbec vive el hombre”

Nosotros vivimos en Galicia, y desde aquí la elección nos fue sencilla. Sin lugar a dudas, desde la época de los romanos quizá, la reina tinta del noroeste español es la uva Mencía. Si bien, hasta no hace mucho tiempo atrás fue una cepa poco valorada (como tantas otras), actualmente es dueña y señora de la mayor parte de los grandes vinos que han puesto a esta región de península ibérica en la mira de los mejores enólogos del mundo. Incluso hasta hay quien considera que la Mencía sería una de las cepas españolas que habría que llevar a otro planeta si el mundo se acabase. ¿Qué les parece?

Su origen no está muy claro. Algunos lo asocian genéticamente a la Cabernet Franc porque comparte ciertas características organolépticas con este cepaje francés (eso actualmente está descartado), otros dicen que es autóctona de esta zona y están quienes sostienen que fueron los romanos quienes la introdujeron. El debate sigue abierto.

Pero lo cierto es que se tiene registro de ella (por escrito al menos) desde la época postfiloxérica. No obstante, Plinio ya escribió sobre los grandes caldos tintos que salían desde aquí por la Vía Romana de camino al gran Imperio, y estoy casi seguro que la Mencía ya era parte de aquellos brebajes.

Su momento más “dulce” lo tuvo quizá en la época medieval con los grandes monasterios, cuyos monjes cultivaban la vid para comer y beber de sus frutos. Hasta hoy, y desde siempre, a la par del Camino de Santiago, esta uva sació el hambre y la sed del peregrino en su andar hacia el apóstol. Solo hay que hacer el camino para comprobar la belleza de los viñedos y el exquisito sabor de la uva que nos acompaña al atravesar esta región.

Se dice que es una uva de montaña, le gustan los relieves complejos y los climas cambiantes. Es una cepa tan flexible que se desarrolla tanto en bancales y pendientes interminables como los de la Ribeira Sacra o Valdeorras, como en los relieves más suaves como los del Bierzo, con un estilo más declaradamente francés. Se adapta al alto y al bajo. Tan bajo que convive junto al río, desde donde hay que llegarse con barcas para vendimiarla. 

Ribeira Sacra. Río Miño. Bancales donde reina la Mencia


Definir un estilo de vino para la uva Mencía, hoy se me antoja imposible. Sus productos son tan variados como la geografía de los lugares donde se la cultiva.

Se amolda bien tanto a la elaboración de vinos jóvenes, sin crianza y bajo alcohol (12 o 12,5 % Vol), como a la producción de vinos de mayor tanicidad y grado alcohólico (14 a 14,5 % Vol), capaces de soportar largas crianzas. En general, y lo digo con conocimiento de causa, es una uva que tiene una evolución magnífica en botella. Si bien de acidez no va mal, quizá sea su punto más flojo a la hora de elaborar un vino con esta cepa. Cuando la uva madura mucho, se queda un poco corta de acidez. Por eso como cuando se la utiliza como varietal puro (suele usarse acompañada de otras variedades autóctonas), buscando hacer vinos de guarda, la experiencia del viticultor a la hora de la vendimia es fundamental para obtener un gran producto.

Ya ven, en cuanto a estilos de vinos posibles con Mencía, podemos ir de los ligeros, expresivos, vibrantes, cargados de fruta roja pequeña, hierba fresca y notas balsámicas como pueden ser los vinos de año de la Ribeira Sacra - de los cuales me declaro incondicionalmente enamorado- a algunos Bierzo de crianza, con años de estiba en botella, donde la uva adquiere una complejidad extraordinaria.

Si tuviese que recomendar todos los vinos elaborados con uva Mencía que me gustan, sin dudas haría una lista que podría resultar interminable y aburrida para el lector. Además creo que sería injusto con un montón de vinos que dejaría fuera si hago una lista acotada, así que mi propuesta es más sencilla...

Viñedos de Mencía centenarios. El Bierzo 


Hagan lo siguiente: 

Busquen un par de etiquetas elaboradas con Mencía en la DO que sea, Bierzo, Ribeira Sacra, Valdeorras o Monterrei. Si es de dos DO diferentes mejor.

Inviten a unos buenos amigos y preparen una rica cena, de ser posible con carne de vaca a las brasas. Descorchen la primera botella, de entrada un tinto fresco, expresivo, pura fruta y mineralidad como lo son la mayoría de los vinos del año por esta región. Sírvanse una copa y repartan con los comensales…. Siéntense cómodos cerquita de la parrilla y mientras se hace el asado disfruten una picadita con olivas verdes y queso suave. Hablen de las cosas lindas de la vida y cada tanto arrimen alguna brasita caliente a la parrilla para que la carne se haga despacito. Cuando esté terminada, sirvan la cena y cierren la noche con la potencia y exquisita complejidad de un crianza con varios años de estiba (aquí buscaría uno del Bierzo). Disfruten y al llegar el final de la noche, comprobarán que no han arreglado el mundo, pero estoy seguro que habrán encontrado la respuesta al por qué nos gusta tanto el vino.

#QueSeCepa, Mencía.

Imagen histórica de la vendimia en barcas sobre el río Miño


Buena vida y buenos vinos.

Salutes, Rumbovino

6 años difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo moderado y responsable.

05 septiembre, 2016

El vino y los malditos Triglicéridos

La cosa pasa por no hacer caso a lo que me dice mi vieja. Mi madre es de esas personas que desde hace mucho tiempo solo van al médico si se encuentran mal, porque es de la idea de que si vas a que te vea el “doctor” siempre te encuentra algo. Y aunque como profesional de la medicina que soy, animal pero medicina al fin, me opongo desde mis principios más fundamentales a esta idea troglodítica de mi madre, pero tengo que reconocer que tiene razón y nuevamente he caído en la cuenta de que la sabiduría no se obtiene estudiando sino con los años.

El asunto es que con mi bendita idea de ir al médico a hacerme una analítica de rutina, sintiéndome “espectacularmente bien” -eso es muy importante de aclarar- me descubren que tengo los triglicéridos altos. Uh! 199 me dice la médica… Vas a tener que empezar a hacer dieta y ejercicio. Remata la susodicha.

Desde que tengo uso de razón hago dieta y ejercicio. Fue mí respuesta.

Acto seguido me entrega una lista de dos carillas con un cuadro de triple columna donde dice lo que puedo y no puedo comer y beber. Abajo, en rojo, en letras grandes como para que las lea el más despistado de los mortales rezaba una frase tremenda “SE PROHIBE TODO TIPO DE BEBIDAS ALCOHÓLICAS a los pacientes con disturbios de triglicéridos”.

La incomprendida clínica, ante mi cara desencajada reafirma la sentencia. Nada de vinito (ni quesito, aclara) durante 6 meses hasta la próxima analítica. 6 meses…!! 



Volví a casa derrotado. A la mierda todos mis proyectos del fin de semana. No es necesario aclarar que gran parte de mis planes que comienzan los viernes por la noche y finalizan el domingo, sean donde sea que se vayan a desarrollar, incluyen un par de botellas de vino. Casi siempre diferentes. Casi siempre catadas para el blog. Siempre acompañado de Noemí y siempre de buenos momentos. Es mi manera de entender y gozar del vino. No entiendo otra.

Aunque quien me lea no me entienda y hasta me trate de exagerado, es así. Llevo 20 días sin beber ni gota y mi vida es pura infelicidad. Los “findes” ya no son lo que eran y, lo que esperaba ansioso cada día de trabajo semanal se volvió en un tormento…

Está todo bien con comer pescadito azul a la plancha, solomillo de pavo cocido, pechuga de pollo al grill, brócoli cocido y demás comidas tan saludables y apetitosas como pueden resultar las galletitas de agua sin sal. A eso lo puedo soportar un tiempo. Hasta soy capaz de no probar ni un gramo de queso (mi gran debilidad culinaria). Pero lo que no podré aguantar por mucho más es no regar esas delicatesen con un tinto de la Ribeira Sacra, fresco, vivaz, sabroso; o con un Albariño pura salinidad de las Rías Baixas; o con la fuerza mineral y la manzana verde y golosa de un Godello de Valdeorras, o la sutileza de un tinto del Ribeiro o armonía de Monterrei. No señores, a eso sí que no lo puedo soportar.

Así que desde hoy me declaro en rebeldía. Porque disfrutar un buen vino, en su justa medida y los fines de semana, me hace feliz. Y el bienestar del alma, queridos amigos, sí que está demostrado que te hace vivir sano y fuerte muchos más años.

Así que no me vengan con historias, desde hoy al carajo los triglicéridos y bienvenida la felicidad de degustar un buen vino sin complejos cuando lo deseemos. En definitiva, si no venimos a disfrutar, a qué venimos a este mundo? Alguien me lo puede decir?

Estoy seguro que en mis próximos análisis, los malditos triglicéridos estarán en 150 o menos, que es donde tienen que estar. Según dicen los que saben.

Buena vida y buenos vinos.

Salutes, Rumbovino.

6 años difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo moderado y repsonsable

19 agosto, 2016

Piedras y penas sobre la Ribeira Sacra

Solo bastaron unos minutos para borrar de un plumazo el trabajo de todo un año. Así de caprichosa es la naturaleza.

La noche del lunes una granizada arrasó la totalidad de la cosecha de uva de los viñedos de las laderas del río Sil, en Doade, quizá la zona más emblemática de toda la Ribeira Sacra. Según cuentan, la tormenta fue tan espectacular como lo es el paisaje que reina en esta región de Galicia.

No es la primera vez que pasa esto. El año pasado un poquito más allá, sobre el Bibei, pasó lo mismo. Hubo muchos que perdieron todo. Me temo que no será la última.

Los más viejos, que de esto saben mucho, dicen que antes cuando Tronante se enfadaba descargaba tormentas de granizo como castigo. Pero dicen que nunca hubo piedras tan grandes, ni enfados tan seguidos, ni tan dañinos. También dicen los viejos que de continuar como hasta ahora, las consecuencias del disgusto de este ser mitológico serán cada vez peores.

Parecería que el cielo, triste por el daño que iba a cometer llorando lágrimas de piedra, nos está diciendo cada vez más claro que cuidemos la tierra un poco más, que así no se puede seguir, que hay que parar de envenenar la vida para llenarse los bolsillos.

Lamentablemente en estos temas pierden siempre los mismos. Pagan la culpa de otros las manos que arropan y cuidan la tierra más que nadie. Así de jodida es la factura que nos toca pagar. Veranos que rompen records por sequía en los últimos 100 años, lluvias en épocas que antes no llovía, temperaturas dignas del extremo sur, tormentas arrasadoras, bosques que se hacen cenizas y terruños cada vez más pobres.

La mano del hombre actual, cómodo y perezoso, con más ganas de sofá y fútbol que ver paisaje, ha hecho gran parte de esto.

Por el otro lado están los que dicen que estos son ciclos y que no tiene nada que ver con lo mal que tratamos el planeta. Creo que esa gente ya tiene comprada su casita en Marte.

El 2016 nos privará del sabor único de los vinos de esta región. Nos faltará la frescura, elegancia, mineralidad, autenticidad y pureza de las uvas de Doade. Sin dudas no será lo mismo esta cosecha para los que amamos la Ribeira Sacra. Me pregunto ¿a quién le tocará el próximo año? ¿y el próximo y el próximo?.

Algo habrá que hacer, digo yo…


Así quedó la viña de nuestro amigo Mario





Rumbovino 6 años difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo moderado y responsable

10 junio, 2016

2 Km, GSM y una nueva Argentina que se está viniendo

Escribí esta nota en plena operación regreso a España: Me estoy despidiendo de Argentina. Con los preparativos del regreso y demás historias, el tiempo se hace corto para atender el blog como me gustaría. No obstante no quiero dejar de comentar las últimas etiquetas que estuve probando. Además aprovecho a hacer algunos comentarios generales de este viaje como una forma de reconciliarme con los vinos argentos luego de la experiencia del año anterior, donde me quedé un poco decepcionado con la elevada dulzura de lo que había probado.

Este año me voy con una sensación diferente, parece que la cosa está cambiando, hay muchas más opciones de “vinos diferentes” a la hora de seleccionar y sabiendo buscar en una vinoteca o con un buen asesor se pueden encontrar productos muy interesantes, que muestran un perfil de vinos argentinos más auténticos, menos intervencionistas y con más terruño que bodega.

Otra cosa que pude constatar y me gustó mucho es el aumento sustancial de la presencia de Cabernet Franc ya sea formando parte de cortes, o como en varietal puro. Todo lo que probé de este cepaje me hace pensar que de seguir así, en no mucho tiempo va a empezar a hacer un poco de sombra a algunos históricos. Aporta frescura y tensión, dos cosas que por lo general cuesta encontrar en nuestros caldos. 


También veo que algunas bodegas se animan a vinificar y poner en grande el nombre de cepas no tradicionales en otros tiempos poco valoradas, como por ejemplo el caso de Ver Sacrum donde la Garnacha y la Monastrell toman el protagonismo directamente en solitario. Eso me gusta porque habla de animarse a tomar algunos riesgos y a romper ciertas reglas no escritas, donde parecía ser que el que no hacía malbec no podría tener éxito. Espero que sigan multiplicándose.

Por el lado B del asunto creo, como hablaba el otro día con Francisco (Logia Petit Verdot) en una cata en Buenos Aires, que todo ese cambio, ese giro en el rumbo del vino argentino, necesita de un público preparado para aceptarlo. Ese es otro trabajo que queda por delante a comunicadores y educadores del vino, porque hasta el momento el consumidor general sigue prefiriendo las versiones edulcoradas y maderizadas de años atrás. No obstante, no hay que apresurarse ni asustarse, de a poco, todo llega. Y en el momento en que Argentina siga mostrando más terruño y menos recetas, como parece que está queriendo a ser ahora, creo que vamos a ser tomados mucho más en serio aún como país referente en el mapa vitivinícola mundial.

LOS VINOS

Según pude saber, 2 km de largo tiene la finca donde se eligen las manchas de suelo calcáreo que dan origen a las uvas de este tinto del paraje de Altamira. De Finca Beth salen muchas de las uvas que van a parar a vinos de las grandes marcas, pero decidieron que no siempre la cosa iba a ser así y nació el proyecto del vino propio. Para eso contactaron con Juampi Michelini para comandar la vinificación de este corte Malbec-Franc, que es uno de los mejores que probé este viaje, sino el mejor. Datos tomados de la nota de Nicolás Orsini (gracias Nico). 



Rojo intenso, con reflejos violetas, brillante, limpio, glicérico. Nariz de talco, cenizas, tiza, pimienta negra y un leve balsámico de fondo. Boca con nervio, fresco, muy mineral, taninos casi redondos, festival de notas balsámicas (mentol sobre todo, para mi) en el final, largo y exquisito. Ni dulzores, ni maderas tapando la voz de la uva, solo el fiel reflejo de una tierra que se expresa en vino. 

Su precio creo que ronda los $360 (20 € aprox.) y para mí vale cada peso.



De un proyecto de Eduardo Soler, con uvas provenientes de fincas ubicadas en Barrancas – Maipú y algo en Bajo Lunlunta (Mendoza), pude probar su vino de corte poco tradicional, compuesto por 50% Garnacha, y el otro 50% dividido en partes iguales de Syrah y Monastrell.

Se fermentan por separado (el syrah en barricas de roble de 500 lts. y Garnacha y Monastrell cofermentadas en huevos de cemento) y luego tienen un paso de 8 meses por huevos y barricas de 4to uso. Partida limitada a 3.200 botellas. Gracias a Diego de Argentina y sus vinos porque de su nota robé sin permiso los datos que cito en esta entrada. 



Color rojo rubí de capa media baja, luminoso, brillante y de largas piernas. Nariz con ataque de frutas, rojas, pequeñas, frescas. Al comienzo acompaña algún láctico con notas de leche, luego solo queda fruta y flores. Boca fresca, vertical, de taninos pulidos, ligero paso por el paladar pero con mucho sabor. En el final, solo en el final del trago aparece una nota más “tradicional” madura a especias y fruta roja (podría ser el Syrah, entiendo). 

Sin lugar a dudas una apuesta fuerte y sumamente interesante para que ningún vinófilo deje pasar. Su precio es de $300 (19 € aprox.) y aunque acá se arriesga más porque puede que no a todo el mundo le guste, en lo personal me encantó. Y me quedé con ganas de probar los varietales puros.

Brotes nuevos a la vista. La Argentina que se está viniendo… A no perderla de vista.

Buena vida y buenos vinos,

Salute, Rumbovino.

Difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo moderado y responsable.

11 mayo, 2016

Por Argentina… Se te extraña.

Esta vez el destino quiso que mi regreso a Argentina no sea con el sabor dulce y la alegría con la que he venido en otros viajes. En ocasiones la vida se empeña en que entendamos que solo estamos de paso por el mundo, y tenemos que hacer lo imposible por disfrutar cada día y de cada cosa que hacemos. Creo que mi viejo lo intentó y hasta estoy casi seguro que lo logró. Pero se cansó de pelear. Todos tenemos derecho a cansarnos y a abandonar alguna vez.

No hace mucho tiempo atrás escribí una nota en la que contaba que últimamente en mis viajes a Argentina ya casi no compartía vinos con mi viejo. Él decía que le hacían temblar las piernas y que por eso prefería no tomarlos. Yo, a pesar de cuestionarle innumerable cantidad de veces ese argumento, respetaba su decisión. Así y todo era nuestro compañero de cata en cada botella descorchada, porque ningún aroma escapaba a su nariz, juzgaba las notas que expresaba el vino y sentenciaba cuál le gustaba más y cuál menos… Era su forma de disfrutarlo con nosotros, un juego en el que cada uno tenía claro qué papel jugaba. Y era divertido para todos.

No obstante, en mi último viaje a Argentina anterior a estas líneas, una de las tantas noches de liturgia enofílica destapé una botella de un vino blanco (hacía rato que no probaba esa etiqueta). Su actitud fue la de siempre…meter nariz y juzgar. Pero aquella noche fue diferente a otras, la recuerdo como si fuese hoy, porque luego de olfatear el vino, la copa siguió su camino ascendente y el líquido amarillo verdoso y limpio acabó en su garganta. Luego juzgó. Qué rico está este vino che! Y fueron varias las veces en que mi viejo repitió la maniobra aquella noche… Quizá fue su suavidad en boca, ese tenue dulzor acompañado por una línea de frescura que lo hacía fácil de beber y disfrutar. Quizá fueron los exquisitos aromas a frutas blancas y lagar que desprendía… Vaya a saber qué fue lo que le cautivó tanto (seguramente el conjunto) pero recuerdo que el CASONA LÓPEZ Semillón 2013 fue el último vino que disfrutó mi viejo y que yo pude compartir y disfrutar con él. 





Desde hoy te recordaré cada año con una copa de este vino a tu salud querido viejo. 
Cuánto se te extraña!


Salutes, Rumbovino.

03 enero, 2016

Los vinos Argentinos en su momento mas “dulce”

Dejé pasar unos cuantos días antes de escribir y publicar esta entrada. Por un lado porque no estoy seguro que sea la nota más oportuna para empezar el año y de paso retomar el blog luego más de dos meses de inactividad en la web. Luego por lo normal que nos pasa a todos tras unas vacaciones, hay que atender muchas cosas atrasadas del trabajo que no entienden de tiempos y síndromes pos vacacionales. Y por último, y quizá la más importante, por dejar decantar algo las ideas antes de escribir mis impresiones sobre los vinos que probé durante este último viaje a Argentina (noviembre del año pasado).

Considero que siempre, desde nuestra posición de “críticos” de vinos, no titulados pero “críticos” al fin, nos corresponde hacer un escrito que de alguna forma justifique cada sentencia. Así que previamente a dar mi opinión general de lo que me dejaron esos 20 días probando tintos Argentos, me gustaría dejar en claro algunos puntos que a mi juicio no han influido, pero podrían haberlo hecho en el análisis y por ende en el resultado final.

Primero que nada, a mi forma de ver y entender, las características organolépticas ofrecidas por los vinos no tienen nada que ver con la expresión de una cepa en particular (probé un poco de todo, pasé por Malbec, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, y Pinot Noir), por lo que eso torna un poco más holgada la visión. Tampoco creo que sean influenciadas por el terruño o la región (degusté vinos de San Rafael, Valle de Uco, Luján de Cuyo, 25 de Mayo, San Patricio del Chañar y Cafayate. De Norte a Sur para los que no se ubiquen en la geografía de mi país), ni por los enólogos o viticultores, ya que todos fueron de distintos autores (modernos, tradicionales y extremos).

También me gustaría aclarar que no creo que sea una cuestión de precios porque, aunque en general me parecieron exorbitantes, compré de diferentes valores en un nivel que fue desde los $75 a los $350 para tener una vara un poco más justa a la hora de opinar.

Y por último, nobleza obliga, tengo que decir también que no todos los vinos que probé fueron “catados” en el sentido estricto de la palabra. Muchos fueron probados en asados con amigotes y otros en cenas o almuerzos con un poco más de calma y en mejores condiciones. Así y todo, la experiencia fue bastante similar en cualquiera de los casos. 

Foto tomada de la web. No conocemos el autor

No se qué pasa con los vinos en Argentina. No se si son ellos o soy yo, pero salvo excepciones -que siempre las hay y principalmente en los de rango de precio más elevado- casi todos los vinos que probé me resultaron con un estilo bastante uniforme y repetido, donde el paladar abocado, el final dulzón y la falta de frescura dominaron la escena. Insisto en que pocos fueron los que rompieron esta uniformidad, lamentablemente para mi forma de ver.

Todo este tiempo estuve dándole vueltas al asunto y buscando una respuesta que me satisfaga, aunque sea para quedarme tranquilo conmigo mismo y poder discutir con otros aficionados al vino que viven de este lado del charco y encuentran los caldos argentinos faltos de chispa. 

Entiendo que alguna razón debe de haber para sentir tanto ese aparente cambio en el estilo de vino. Lo primero que pensé, y quizá no esté tan equivocado, es que como antes solo bebía etiquetas de Argentina, la falta de contraste hacía que ciertos atributos que ahora disfruto mucho en los vinos, como la frescura y verticalidad, existieran solo en algunas excepciones. Esos eran los que rompían la monotonía, y los que elegía casi siempre (he escrito bastante sobre ellos antes de venir a España). Eso hizo que desviase la atención y perdiera el enfoque del global. Ahora, quizá que luego de dos años viviendo fuera, mi paladar se acostumbró a otros tipos de cepas, terruños y elaboraciones y cada vez me choque más nuestro estilo. Podría ser, porqué no.

Lo otro que pensé es que se puede deber a una cuestión de mercado. Y que en función de gustar a un público más amplio, y que la gente joven se vuelque al vino más que a la cerveza a hecho que las bodegas busquen ese tipo de vino de estilo más facilón, de paladar goloso y con un toque maderoso que sigue atrayendo a mucha gente. Si funciona, perfecto para ellos. Yo lo lamento y mi paladar también.

También buscando explicaciones que tengan que ver con los astros y no con las personas (al menos directamente), se me pasó por la cabeza que a lo mejor sea culpa del calentamiento global. Y que el aumento general de las temperaturas esté haciendo que las uvas se sobremaduren y el resultado final sea el que nos llega a la copa. Será eso?

En fin… Si sigo pensando estoy seguro que no podría parar de encontrar explicaciones que justifiquen que nuestros tintos me hayan transmitido esa sensación. Pero aunque mis comentarios no dejan de ser una opinión parcial y subjetiva de una realidad que seguramente no es compartida por mucha gente, tengo que decir que me volví un poco decepcionado.

En unos meses volveré y veremos qué pasa entonces. De momento, así estamos.

Gracias por leernos,

Salutes, Rumbovino.

Difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo responsable.